El ruido comienza a agotarse mientras cae la noche, dejando a su paso el sonido del silencio que deambula por la casa como un invitado ausente y con el que viajar se hace obligatorio para aquel que desee mantener esa sensación de fragilidad ante aquello que no podemos controlar. Por momentos la paz abruma y se vuelve conflicto y contradicción, y los ojos se cierran a lo invisible, buscando una bocanada de aire para volver a empezar. El grito silencioso no logra despertar aquello que alguna vez calló, y la única sensación que persiste es la de dejarse llevar por el azaroso mundo de una canción. Invito a quien lo desee a recorrer durante unos minutos, como un invitado ausente, la casa que construi con el paso del tiempo.
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